Me tiré al repartidor delante de la webcam
Mi vida suele ser bastante caótica, no os voy a engañar. Intento dejar tiempo para todo lo que quiero o tengo que hacer, pero a veces me cuesta hasta salir de casa. Creo que es algo que nos pasa a todos, especialmente en esta sociedad que va siempre tan deprisa, que estresa tanto… A mí me da ansiedad hasta salir a hacer la compra, porque suelo estar muy cómoda en mi casa, a mi aire, sin tener que arreglarme, sin aguantar colas, miradas insolentes… Es una sensación que tengo desde hace tiempo, y que creo que compartimos muchos y muchas. Tanto es así que a veces ni siquiera recuerdo hacer la compra, y me veo sin nada para preparar una cena, por ejemplo. No es que me ocurra todas las semanas, pero tampoco niego que haya sido solo una vez, porque es algo recurrente. ¿Qué hago en esas situaciones? Supongo que lo que hace todo el mundo: pedir comida a domicilio. Sí, ya sé que no es la opción más saludable, y desde luego tampoco la más económica.
Pero la verdad, tengo una buena constitución y me encanta hacer ejercicio en casa, así que de lo primero no tengo que preocuparme demasiado, y lo segundo… Bueno, me va bastante bien con mi webcam, y a veces incluso he utilizado el truco de hacerme la pobrecita delante de mis seguidores, con mucha hambre, para que las propinas suban. Con lo que ellos me dan tengo de sobra para pedir lo que quiera, y normalmente, la elección suele ser pizza. Es una opción que me encanta de vez en cuando, especialmente la cuatro quesos, que es con mucho mi favorita. Precisamente, una de esas ocasiones en las que decidí pedir comida a domicilio se convirtió, sin esperarlo, en una de las experiencias más excitantes de mi vida. Lo habitual es que los repartidores que vienen a traerme la comida sean jovencitos, la mayoría de ellos desgarbados y con poco atractivo. Pero de vez en cuando la suerte se pone de mi parte, como en aquella ocasión en la que un monenazo de ojos verdes y cuerpo perfecto vino a traerme una pizza… y me entregó algo más.
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