Sexo en público: mi primer encuentro en plena calle
A veces me sigo sorprendiendo cuando, hablando con cualquier amiga sobre sexo, ellas siguen mostrándose cerradas a comentar aquello que hacen en la cama, lo que les gusta disfrutar, o incluso niegan tener fantasías. Me miran raro y algunas incluso se escandalizan cuando yo les cuento lo que hago con mi chico. Somos una pareja bastante liberal y sabemos disfrutar del sexo, porque creemos que es algo básico en una relación. Ellas, mientras, se conforman con echar algún polvo a la semana, siempre de la misma forma, con las mismas posturas… Pero yo quiero más. Quiero probar todo lo que pueda llegar a imaginar, y por suerte, tengo un novio maravilloso que me tiene muy satisfecha en ese sentido y me sigue el juego siempre…
Tal vez por eso me encante comentarle mis fantasías y proponerle que las hagamos realidad en los momentos más insospechados. Por ejemplo, siempre me había provocado mucho morbo imaginarnos haciéndolo en algún lugar público, como un parque o un rincón escondido en una ciudad, lo suficientemente oculto para poder disfrutarnos mutuamente, pero también accesible para cualquier que en ese momento pudiera sorprendernos. Creo que ahí radica parte de ese morbo, en la emoción de que te puedan pillar haciendo algo “prohibido” en la calle. Lo cierto es que llevaba tiempo con esa idea rondándome la cabeza, y por fin pude hacerla realidad, como una fantasía que por fin se cumplía, y además, de una forma salvaje y excitante, como pocas veces había imaginado…
Mi chico y yo fuimos a almorzar a un restaurante
No lo teníamos para nada planeado, ya que era un día normal, viernes, si mal no recuerdo. Hacía un día precioso, sin una sola nube en el cielo, y era primavera, así que decidimos aprovecharlo y salir a almorzar a un sitio que nos habían recomendado. No estaba muy lejos de casa así que cogimos el metro y en un rato estábamos allí. A pesar de ser ya viernes, no había mucha gente todavía en las mesas. El sitio era elegante, un local amplio y muy bien decorado que servía comida exquisita, de esa tan moderna que se lleva ahora. A mí me encanta, aunque a mi chico no le hace tanta gracia. Sin embargo, esta vez iba a tener la comida que tanto deseaba…
El almuerzo transcurría con normalidad. Nos sentaron en una silla de esquina, un poco alejada de la puerta. Los camareros eran solícitos y venían en cuanto les llamábamos, pero tampoco estaba todo el tiempo agobiando, algo que a mi particularmente me molesta bastante. Tal vez fuera eso, el poder estar más liberados de la atención de los demás, o el hecho de haber pedido ostras, que dicen que son afrodisíacas, pero de pronto empecé a sentir unas ganas terribles de sexo. Mi chico, que ya me conoce, me miraba de forma pícara, casi viendo venir lo que iba a ocurrir a continuación. Teníamos a una pareja comiendo un par de metros más allá, pero estaban a sus cosas, así que no me lo pensé demasiado y me lancé, preparada para hacerle disfrutar allí mismo.
Sexo oral por debajo de la mesa
Decidida a desatar allí mismo toda esa calentura que me estaba entrando, tiré algo al suelo, como quien no quiere la cosa, para agacharme a cogerlo. Al hacerlo, desaproveché rápidamente los pantalones de mi chico y saqué su pene para empezar a lamerlo allí mismo, como si todavía me hubiera quedado con hambre. No pude ver la reacción de mi novio desde debajo de la mesa, pero estoy segura que estaría temblando, pensando que se iban a dar cuenta de lo que estaba ocurriendo allí abajo. No tarde demasiado en salir, eso sí, después de habérsela mamado bien, aunque sin que se corriera. Me senté de nuevo, con una sonrisa enorme en la cara y mirándole fijamente. Él también sonería, terminó rápido su plato y llamó para pedir la cuenta. Mientras salíamos me susurró al oído “ahora te vas a enterar”.
…y seguimos en un callejón cercano
Nada más poner un pie fuera del restaurante empezamos a besarnos de forma apasionada. El cogía mi culo, algo que le encanta, y yo le sobaba entero ese cuerpo de gimnasio que tiene. Mirando para un lado y para otro, vimos que no muy lejos de aquel restaurante había un callejón en el que no pasaban coches. Era simplemente la trasera de algunas tiendas y barres, así que no había mucha gente alrededor. Sin hablarnos, solo con una mirada, nos encaminamos hacía allí y una vez en la parte más recóndita del callejón me dejé llevar por completo y baje de nuevo hasta su entrepierna, poniéndosela dura con mis labios y mi lengua. Acabamos haciéndolo allí mismo, yo sin bragas y con el vestido por encima de la cintura y él con solos pantalones bajados, empotrándome desde atrás contra unas cajas donde pude apoyarme.
Como era de esperar terminamos en la cama
Aquel polvo colmó mis expectativas con la fantasía que tenía desde hacía tanto tiempo y me demostró que mi chico estaba tan loco como yo. Disfrutamos muchísimo, aunque al principio sí que estábamos atentos para ver si alguien nos veía desde lejos aunque fuera. Sin embargo, cuando estábamos en plena faena yo ya me dejé llevar y pensé incluso que sería excitante que alguien nos viera desde el principio del callejón. Me daba todo igual, solo quería disfrutar. Después del polvo volvimos a casa supercontentos y aunque podríais pensar que habíamos terminado ya más que satisfechos con el sexo en público, nada más llegar nos calentamos otra vez y acabamos follando, esta vez en la cama.
De hecho, creo que los dos estábamos rememorando el primer polvo en la calle en ese segundo polvo en casa, porque fue realmente excitante. Desde entonces, mi chico y yo solemos ir bastante a ese restaurante y todavía, de vez en cuando, dejo caer alguna cosa al suelo, de forma distraída, para agacharme y dar comienzo de nuevo a nuestras fantasías. Por ahora no nos han pillado ni una sola vez, pero cuando ese día llegue, espero estar tan cachonda que ni siquiera me importe.