Aquella vez que me pagaron por sexo
A estas alturas creo que no tengo que defender mi visión sobre el sexo y el placer. Estoy lejos de considerarme una mojigata, desde luego, porque desde que era bien joven y descubrí el placer carnal he disfrutado de él de muchas formas y maneras. Y aun sí, todavía hay ciertas cosas que me dan algo de reparo, o me hacen parecer mucho más tradicional de lo que soy. Una de ellas es la visión de la prostitución. Y es que donde otros tienen muy clara su opinión sobre este tema, yo lo veo como algo más complejo, con argumentos a favor y en contra. Tal vez por haber crecido todavía con esa mentalidad algo más cerrada, como si la prostitución fuera el último tabú a extinguir, no lo veo tan claro como otros. Sé que hay mujeres que, por decisión propia, se meten en este trabajo, y me parece estupendo si lo hacen realmente por sí mismas. Pero yo no lo haría, o al menos no de esa manera tan continuada.
Debo admitir que la historia de hoy es bastante peculiar porque tiene que ver con un episodio que no le he contado a nadie. Gracias a esta ventana anónima puedo reconocer ciertas cosas que seguramente no diría cara a cara. Esta página me está sirviendo para abrirme por completo con mis sentimientos, para echar la vista atrás y entender mejor cómo soy y de dónde vengo. Y todavía a día de hoy, tanto tiempo después, el suceso que voy a contar me sigue provocando sentimientos encontrados. Porque se trata de algo que solo he vivido una vez, que no ha tenido una segunda parte, una segunda experiencia, para corroborar si lo que sentía era más o menos real. Sencillamente pasó, seguí adelante, y supongo que si estamos aquí, contando esto, es porque también fue importante para mi vida y mi forma de entender el sexo. Y por otra parte… Yo, que soy tan abierta a probarlo todo y experimentar, con una vez tuve suficiente en este caso, y supongo que eso también es algo que hay que tener en cuenta. Hoy voy a contaros la vez que me pagaron por sexo.
Un encuentro inesperado
Yo era bastante joven, pero ya tenía mucha experiencia con hombres de todo tipo, incluso mayores. Aquel fin de semana me encontraba en la playa, en casa de una amiga, disfrutando de unos días de desconexión. Como casi siempre, iba libre de pareja y sin cargas emocionales que pudieran lastrarme. Tampoco es que fuera desesperada a encontrar algo, pero como suele ocurrir con estas cosas, cuando menos lo esperas es cuando realmente te llega. Y para mí, el encuentro fue totalmente fortuito. Estaba en una terraza, tomando una cerveza y viendo como mi amiga me había dejado sola para ir a hablar con un tío que no paraba de mirarle el escote, cuando un hombre elegante y algo mayor se me acercó. No era la primera vez que algo así me ocurría, pero he de reconocer que este hombre era diferente.
El tipo era millonario
Modestia aparte, una sabe cómo sacarse partido y mostrarse provocativa si quiere. Yo conozco muchos trucos para lograr que cualquier hombre caiga rendido ante mis encantos, pero en esta ocasión precisamente no iba con esa intención. Solo estaba allí, tan tranquila, mirando a mi alrededor, cuando este hombre se me acercó. Se notaba que había pasado ya los cuarenta, pero vestía elegante. Nada que ver con las pintas de los jovencitos que mi amiga y yo teníamos que quitarnos de encima cada noche. Me preguntó cómo me llamaba y me invitó a una copa. Tenía una voz suave e hipnotizante, y logró hacerme sentir a gusto, hasta olvidarme incluso de su edad.
Fue muy educado y caballeroso, y me comentó que acababa de separarse. Había sido inteligente porque se había quedado con todo lo que era suyo, a pesar de que su mujer quería reparto de bienes. Me dijo que tenía una casa en la zona, y también un barco, y que estaría encantado de llevarme a navegar si quería, al día siguiente. Yo estaba quedándome completamente loca. No sabía si el tipo se estaba quedando conmigo o de verdad había conocido a un auténtico millonario. Cuando vi su reloj, un Rolex que costaba más que mi piso, entendí que me había tocado la lotería. Mi amiga seguía a lo suyo, así que no me importó ni lo más mínimo aceptar su proposición para navegar al día siguiente.
Una proposición que no pude rechazar
Sabiendo ya lo que iba a ocurrir, porque una no es tonta, decidí dejar a mi amiga fuera del plan. No me costó demasiado, porque se había llevado al chico a su casa, y estaban todavía retozando entre las sábanas cuando yo salí, vestida con mi bikini y un precioso pareo, en busca de mi nueva conquista. El tipo me recogió en un Mercedez blanco impecable y llegamos al puerto, donde tenía atracado su barco. Nada de una pequeña embarcación, un verdadero yate, de los que salen en las películas. Yo trataba de guardarme el entusiasmo, pero era imposible. Salimos a navegar, con él mismo al timón, y yo disfrutando del sol y la brisa marina en la cubierta.
Luego, ya en alta mar y sin nadie alrededor, estuvimos bebiendo y charlando animadamente. Yo todavía no estaba demasiado segura, aunque en esa situación parecía lógico que acabáramos acostándonos. Lo que más me sorprendió es que, llegando a un punto, el ni siquiera me beso. Simplemente me dijo que iba a pagarme 1.000 euros por pasar la noche allí, con él. Que podía negarme, por supuesto, y me dejaría en tierra. Pero que estaba deseando pasar la noche conmigo en aquel barco. Y yo no lo dude. No me lo pensé, si quiera. Directamente le besé, le desnudé poco a poco, y mientras comenzaba a sentir su pene duro en mis manos, le dije que mejor 2.000. Él tampoco puso pegas.
¿Volvería a hacerlo?
La noche fue fantástica, y él se portó como todo un caballero conmigo. Tenía bastante aguante, más que algunos de veinte, y no solo me pagó una buena pasta por acostarme con él, sino que me dejó hasta satisfecha. No fue mi mejor polvo, pero lo que gané en contraprestación lo equilibró. No volvimos a vernos después de aquella noche, y supuse que él se habría buscado a otra chica a la que agasajar. Tampoco he vuelto a tener una relación así por dinero nunca más, aunque no reniego de aquello. Me permitió darme algunos caprichos en los meses siguientes, e incluso me sirvió para abrir un poco más la mente. A veces he pensado si introducirme, aunque solo sea por unas semanas, en esto del sexo profesional. Sé que seguramente tendría éxito y ganaría bastante dinero pero, la verdad, no me llama demasiado. No me falta de nada ahora mismo, y tal vez tuvo suficiente con aquella única experiencia.