¡Me acosté con mi masajista!

¡Me acosté con mi masajista!

Desde hace un tiempo trabajo en una nueva empresa, en una oficina que queda un poco lejos de casa. Es cierto que el trabajo es cómodo, pero a veces pasamos mucho tiempo allí, entre reuniones, trabajo frente al ordenador y demás… Hay jornadas de más de diez horas, e incluso de doce, por lo que muchos días llego a casa absolutamente reventada. Es una situación que me estaba empezando a provocar un gran estrés, tanto mental como físico. No había tenido esta sensación nunca, y lo cierto es que me limita bastante para poder disfrutar de todo lo demás. Es como si en la vida solo existiera el trabajo, y debes dejarte enfermar por poder seguir en un empleo que te permita pagar las facturas. Con tanto agobio y tanto cansancio, pensé que lo mejor sería tomarme una tarde de relax, y se me ocurrió llamar a un masajista. Había probado este tipo de servicios otras veces y la verdad es que conseguirían relajarme muchísimo.

Menti8ría si dijera que todo ese estrés laboral y el cansancio que iba acarreando día tras día no me habían afectado en el terreno sexual. Soy joven y siempre tengo ganas de hacerlo, porque además no me freno nunca si tengo la oportunidad de echar un buen polvo. Pero es cierto que en estas últimas semanas estaba bastante decaída y casi sin fuerzas. De hecho, cuando llegaba el fin de semana, en lugar de salir con mis amigas y llevarme a algún chico guapo y bien dotado a casa, a veces solo me apetecía dormir. ¡Quién me ha visto y quién me ve! Por fortuna, cuando el masajista vino a casa para darme ese masaje que tanto necesitaba, lo hizo tan bien que encendió de nuevo mi parte más cachonda y ardiente. Por eso todo terminó en un final más que feliz, en el que disfrutamos de verdad de algo más que caricias… Pero mejor os cuento la historia completa, para que no os perdáis detalle.

Un masajista a domicilio

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Cansada como estaba, agotada por el esfuerzo mental y físico de estar tantas horas en la oficina, aquel día entendí que debía desconectar un rato. Sin embargo, no me apetecía salir de casa para ir a darme un masaje, así que busque alternativas. De hecho, había varios masajistas que acudían a domicilio, para poder realizar la sesión en la casa del cliente. Me pareció una magnífica idea, así que escogía a uno que me gustó por su nombre. Se llamaba Mario y aseguraba tener mucha experiencia en todo tipo de masajes relajantes. No había foto, pero aquello me dio buena espina, así que lo llamé para pedirle cita. Tenía una voz muy varonil, grave y profunda, y he de reconocer que al momento de oírle ya me lo estaba imaginando con sus manos sobre mi cuerpo… Concertamos la cita para esa misma tarde, y me preparé para recibirlo.

Primeras impresiones

Mario llegó puntual a la hora acordada, cargado con una camilla y una mochila donde guardaba todo su material. Al abrirle la puerta me encontré con un chico fornido, de espalda ancha y brazos fuertes, un poco más alto que yo. Tenía el pelo rubio y ensortijado y no había rastro de barba en su rostro. Sus profundos ojos verdes me saludaron mientras su boca, ubicada al frente de una mandíbula perfecta, se presentaba. Me quedé un momento en shock al verle, porque era mejor que cualquier fantasía que hubiera tenido. Le di dos besos, reaccionando a mi inicial nerviosismo, y le hice pasar al salón, donde le dejé montándolo todo mientras yo iba a ponerme cómoda. Reconozco que en este momento ya estaba cachonda perdida, solo de imaginarme esas fornidas manos recorriendo toda mi piel desnuda. Pero la cosa iba a ponerse mejor…

Un masaje que no olvidaré

Salí de nuevo al salón envuelta solo con una toalla, y Mario me preguntó qué tipo de masaje prefería. Le comenté que estaba bastante agobiada y estresada, así que el más relajante que conociera. Entonces me pidió que me tumbase boca abajo en la camilla, y abrió la toalla. Creo que se sorprendió al comprobar que estaba totalmente desnuda, pero no dijo nada. Solo empezó a masajear todo mi cuerpo con sus manos, mientras yo subía al séptimo cielo gracias a sus caricias. Me comentó que parecía estar muy tensa, que necesitaba relajarme. Entonces bajó a la zona de las nalgas, donde estuvo un buen rato  masajeando a placer. De vez en cuando las separaba y parecía rozar, como sin querer, mi coñito, que ya por entonces estaba totalmente húmedo. Supongo que lo notaría, porque lo siguiente que me dijo es que seguía demasiado tensa, pero tenía una forma de arreglarlo.

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Comenzó a tocar mi coñito con sus dedos, primero suavemente, y luego más rápido, mientras los metía a fondo. Jamás me habían hecho algo así, o al menos no de esa manera, y empecé a gemir. Entonces él me preguntó si estaba preparada para el final feliz, y yo solo supe responder que sí entre jadeos. Recuerdo que me hizo levantarme y se puso frente a mí, sacándose la polla del pantalón. Era un rabo bien grande y gordito, como los que a mí me gustaban, así que no tardé en ir a por él. Después de un rato chupándosela, me volvió a subir en la camilla y empezó a penetrarme lentamente mientras me acariciaba y masajeaba los pechos. Todo olía a fragancias especiales, y me sentía resbalar, pero sus fuertes manos me sostenían mientras de daba más placer del que había probado jamás.

Creo que repetiré…

Entre los masajes y la penetración no tardé en llegar al orgasmo, y entonces el siguió durante un tiempo hasta que también se corrió. Estábamos allí, en medio del salón, desnudos y llenos de aceite, mirándonos fijamente con los ojos inflamados en deseo. La tarde había salido mucho mejor de lo que esperaba, así que le pedí su tarjeta, porque seguramente tendría ganas de volver a llamarle muy pronto. Después de aquello él se secó y se marchó, porque tenía otro “servicio”. Yo me metí en la ducha para quitarme todo el aceite de encima, y no pude evitar tocarme mientras pensaba en sus manos y en su enorme rabo sobre mí, dándome el mejor polvo que había tenido jamás. Para que luego digan que un masajista no es capaz de quitarte el estrés de encima…