Mi encuentro sexual… ¡con mi propio primo!

Mi encuentro sexual… ¡con mi propio primo!

La vida nos cambia a todos, a veces para mejor y otras para peor. Quien te diga que estás igual que hace años, o te está mintiendo o desde luego no te quiere adular para nada. Cambiar es bueno, es positivo, siempre que mantengamos nuestra esencia. Porque el cambio muchas veces es inevitable, incluso en el físico. Yo, de niña, era una chica poco agraciada, con un cuerpo demasiado delgado y los dientes torcidos. Por fortuna, cuando llegó la adolescencia mi cuerpo cambió, y aunque al principio fue un poco traumático, empecé a cogerle el gustillo a eso de tener siempre la mirada de los hombres sobre mí. Mis curvas llamaban la atención, y lejos de ocultarlas, yo siempre les he sacado mucho partido. De hecho, a veces provoco miradas que tal vez no debería… Pero es que no puedo evitarlo.

La historia que quiero contar tiene que ver con uno de los encuentros más excitantes y seguramente prohibidos que haya tenido jamás. Y es que yo he estado con muchos hombres diferentes, pero jamás me había fijado en alguien de mi familia… Era como un tabú, algo prohibido. Pero aquel día, cuando me reencontré con mi querido primo Álvaro, el deseo se apoderó de mí de tal manera que no pude evitarlo. Y él tampoco puso mucho de su parte por evitar que nos fundiéramos en la pasión  más intensa y viciosa. Fue algo inolvidable, por muchas razones, pero está claro que fue muy especial para los dos, y lejos de sentirme mal por aquello, cada vez que lo recuerdo me pongo cachondísima. Por eso quiero compartir esa historia tan especial.

Así es mi primo Álvaro

Álvaro es hijo de la hermana de mi madre, mi tía Lola. Tiene un año menos que yo, pero siempre ha sido un renacuajo. Recuerdo que de pequeños, en las reuniones familiares, yo siempre me metía con él porque era muy bajito. El pobre se echaba a llorar y creo que incluso llegó a tenerme miedo por aquello. Yo, como ya he comentado, tampoco es que fuera una Miss Universo en aquellos tiempos, pero por lo menos sí que tenía más labia que él, y sabía utilizarla para mangonearle o para hacerle llorar, algo que me encantaba. La sorpresa fue máxima cuando lo vi llegar años después al chalet de mis padres con mis tíos. Con 23 añitos, Álvaro había pegado un buen estirón, hacía deporte y tenía un cuerpazo que me hizo mojar las bragas al instante. Desde luego que la gente cambia para mejor, y en el caso de mi primo, el cambio fue alucinante.

No nos veíamos desde niños

Era verano y estábamos en la piscina, por supuesto. Después de almorzar con nuestros padres le propuse darnos un baño y tomar un poco el sol, mientras ellos dormían la siesta. Teníamos que ponernos al día, y él me contaba sobre sus estudios, sobre su afición al balonmano, sobre sus relaciones… Yo le miraba embobada los pectorales, y también el paquete, que indudablemente iba bien servido. A veces perdía el hilo y no me enteraba de lo que me estaba contando, pero él parecía no darse cuenta. Eso sí, yo intentaba que se fijara en mí, poniéndome el bikini  más sexy que tenía, poniendo posturas muy sensuales delante suya, para que tal vez su paquete se agrandase… La cosa no pasó de ahí, porque estaban nuestros padres al lado como quien dice. Pero al día siguiente yo sabía que ellos iban a salir durante todo el día, y le propuse a Álvaro quedarnos en casa para descansar. Él aceptó encantado, y yo supe que no se me iba a escapar.

La mañana del encuentro

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A la mañana siguiente, tal y como tenían previsto, nuestros padres salieron temprano a la ciudad, y Álvaro y yo nos quedamos solos en casa. Me desperté al escuchar ruido en la cocina, y supe que ya se había levantado, así que me preparé para bajar. Busque una camiseta vaporosa y unas braguitas de bikini, y salí del cuarto sin sujetador ni nada. Cuando entré en la cocina, mi primo tardó un par de segundos en reaccionar. Mis pechos se transparentaban por completo, y más cuando, por un descuido fortuito, me mojé toda la camiseta de agua. Álvaro no podía dejar de mirarme y yo sabía que ya lo tenía en mis manos. El pobre tuvo que aguantarse todo el desayuno, y luego me dijo que se iba arriba a “hacer una cosa”. Yo  le contesté que le esperaría en la piscina. Sabía que no iba a tener escapatoria.

Me tiré en la tumbona, quitándome la camiseta y quedándome en topless, algo que solía hacer a menudo cuando no había nadie en casa. Cuando Álvaro llegó y me vio así solo pudo soltar una exclamación que le salió de dentro. Yo, tan natural, le dije que no era para tanto, que había confianza. Él intento no darle importante, pero se le notaba nervioso. Nos metimos en la piscina y después de juguetear un rato con el agua, al final me lancé y le besé. Y a partir de ahí ya no nos paró nada ni nadie. Sabiendo que estábamos solos, dimos rienda suelta a esa pasión prohibida, sin pensar siquiera en nuestro parentesco. Nos besamos y tocamos por todo el cuerpo todavía en la piscina, y yo le senté en el bordillo para chupársela como una auténtica profesional. Mi pobre primito estaba en la gloria, pero eso era solo el comienzo.

¡Tengo que ver más a mi primo!

Me sacó de la piscina y me llevó en sus brazos fuertes hasta la tumbona, donde me abrí de piernas para él. Después de darme un riquísimo sexo oral, subió rápidamente a por un condón y tras ponérselo, me embistió con todas sus fuerzas. Lo hacía de maravilla, y yo solo podía gritar que me follara más y más fuerte. Seguramente los vecinos se enteraron, pero en ese momento todo me daba igual. Solo quería gozar de mi primo y de su polla hasta reventar. Echamos tres polvos esa mañana y otros dos por la tarde, porque teníamos que aprovechar el tiempo perdido. Desde entonces nos hemos visto poco, y siempre con la familia de por medio. La tensión sexual entre los dos es más que evidente, y temo que algún día mis padres o mis tíos se den cuenta. Pero es que no puedo dejar de pensar en él, y en volver a encontrarnos algún día, para darnos más placer.